15 de abril de 2020

4 de abril


4 de abril
Hoy cumple mi nieto Juan cuatro años. No los veo desde el ocho de enero en que volvimos a Sevilla .tras pasar las vacaciones de Reyes en Barcelona. El 28 de febrero, día de Andalucía, mi intención era haber subido de nuevo, pero mi hermano me pidió que le dejara el puente, ya que su mujer, que es profesora, no tendría muchas ocasiones de viajar durante el curso. Accedí y me quedé al cargo de mi madre, consolándome el hecho de que  mi hija y nietos vendrían a finales de marzo para el homenaje que sus antiguos estudiantes le estaban preparando a mi marido.
            Pero algo en mi interior me decía que hacía mal en no viajar esos días, en no aprovechar cualquier ocasión para abrazar a los que tenía a mil kilómetros. Hoy, solo un mes y medio después, han pasado tantas cosas que parece que no estemos en el mismo año, ni en el mismo país, ni en la misma sociedad: mi madre ha muerto, se fue el 19 de marzo, la incineramos, en la más absoluta soledad, el 20 –el mismo día que hubiera empezado el homenaje a mi marido-.  Mi hija no pudo venir, no era conveniente por temor a los contagios. Ya entonces se había declarado el estado de alarma y estaban desaconsejados los desplazamientos imprescindibles, así que fuimos cinco los que la acompañamos en su última andadura hacia la otra orilla. Seis días antes nos prohibieron la entrada a  la residencia donde la cuidaban desde que se rompió la cadera a fines de noviembre. Seis días en los que ella no vio un rostro conocido, un rostro que la hiciera sonreír. Creo que se dejó ir. A sus casi 100 años consideró que lo que estaba viviendo ya no le proporcionaba compensación para las limitaciones que la edad le imponía. Se fue, se echó a dormir y ya no despertó.
            No hubo responso, ni reunión familiar, ni llantos compartidos al rememorar anécdotas de su vida con parientes del pueblo, ni misas, ni comidas en su honor. Solo la espera debajo de una pérgola del cementerio, al resguardo de la lluvia fría de marzo. Después de dos horas y media nos dieron la urna de color burdeos, que habíamos elegido el día anterior. Y nos marchamos a casa en tres coches distintos para guardar las distancias de seguridad.
            Hoy, 4 de abril, no hace todavía un mes y, sin embargo, es como si hubiera pasado mucho tiempo. Llevamos  más de treinta días confinados, hemos tenido que reinventar nuestras vidas, adaptándonos a unas rutinas falsas, pero necesarias para conservar algo de cordura. Sentimientos de  miedo, angustia, insomnio, dolor, desesperación nos atraviesan a diario…Y eso que no hemos sufrido la enfermedad en nuestras carnes, no la hemos vivido en primera persona como las que están en los hospitales, tanto enfermos como médicos y cuidadores de todo tipo. Estas personas que se tienen que tragar a diario sus angustias y problemas personales (como dejar a sus hijos en manos extrañas) para enfrentarse a un trabajo de alta peligrosidad.

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